Cuando el rock and roll irrumpió en el mundo de la música popular con el ritmo frenético y subversivo de "Maybellene", el single de Chuck Berry de mayo de 1955, miles de jóvenes en los Estados Unidos se dieron cuenta que no solo encontraban por primera vez un lugar de pertenencia, sino también un camino excitante y peligroso que iba a convertirse por los próximos sesenta años en una forma de vida.


La fiebre internacional que generó la aparición de esa música desenfrenada y provocadora (así como un novedoso sentido de la estética y un lenguaje más procaz) se expandió fuera de sus fronteras y su conquista planetaria se volvió inevitable. Por eso no fue extraño que la furia y la estridencia generada por artistas como Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Eddie Cochran, Gene Vincent, BIll Halley y, especialmente, Elvis Presley, también llegara a la Argentina. Aunque con menos furia y muy poca estridencia.
La historia oficial (y con el paso del tiempo la menos revisitada) nos cuenta que la primera semilla del rock and roll en el país no se plantó en una vaina de cuero ni vino envuelta en un tornellino de volumen (recordemos que en los cincuenta hace su aparición formal en el rock and roll el poder eléctrico de Gibson y Fender), sino que lo hizo al compás del swing. Esa rama del jazz que fue furor en Norteamérica a finales del treinta con las orquestas majestuosas de Duke Ellington o Count Basie. Así sería el perfil que nuestros músicos adoptarían para el sonido desafiante y pendenciero nacido en los Estados Unidos durante el resto de la década. Nada de guitarrazos ni caderas calientes. Esa cara fiera del rock nunca tendría su representante local. Habría que esperar hasta mediados de los sesenta hasta la aparición de enérgicos y carismáticos cantantes como Sandro o Billy Bond para que el rock and roll cumpla con su sensual status de fruta prohibida.


Así, el 19 de diciembre de 1955, se grababa en el sello Odeón una versión de "Rock around the clock", el clásico de Halley, bajo el nombre de "Bailando el rock". Si bien el tema pertenecía a la orquesta del trompetista Tulio Gallo y solo tenía algunas apoyaturas corales, se destacaba la voz de una jovencísima Estela Raval, parte del conjunto vocal Los Cuatro Bemoles. El simple saldría a la venta el 2 de abril de 1956 con una tirada de 900 ejemplares que se acabaron rápidamente y que le allanó el camino a un próximo single de Odeón de la misma canción pero con una nueva intérprete.
Sí, otra mujer. Se trataba de una morocha de tono refinado y muy talentosa llamada Olga Jevtic, que adoptaría el nombre artístico de Olga Lee. Nuevamente la orquesta de Tulio Gallo le brindaría el background musical necesario para que su voz melodiosa de tintes jazzeros se luzca en un inglés amable y cálido.


De esa manera, 1956 se convertiría en el año propicio y el kilómetro cero para el lanzamiento definitivo del rock and roll en nuestro país, aunque, a decir verdad, el hito más importante se produciría unos pocos meses atrás. Vamos a rebobinar un poco.
Sin muchas expectativas, el 2 febrero de 1956 se publicaba en castellano, con partitura y en formato de single "Rock con leche": la primera canción de rock en ser grabada en Argentina. Y su valor no solo residía en que fue casi contemporánea a "Maybellene"; la pista estaba cantada íntegramente en español, aunque lejos de ser una amenaza adolescente.
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La canción fue una de las tantas piezas humorísticas que salieron del embrión creativo de un programa radial de gran éxito como "La Revista Dislocada"; un envío de Radio Argentina (que luego pasaría a Radio Splendid) conducido por el cómico Délfor Dicásolo del que salieron otras recordadas composiciones como "Deben ser los gorilas" (de allí provino el término que en el universo político nacional aún se utiliza para señalar a los antiperonistas). Pero "Rock con leche", creada por Aldo Cammarota, Santos Lipesker y el productor Ben Molar y vestida por la orquesta de jazz de Eddie Pequenino, se presentaba como un intento inocente de emular el rock and roll que venía del Norte, sin guitarras eléctricas chirriantes ni jopo, sostenida en el swing y a millas de una figura que transmitiera escándalo y sexualidad. Si bien guardaba los patrones clásicos del estilo (una derivación vertiginosa, ritmica y acentuada del blues), su ejecución respetaba las curvas refinadas del swing (con una omnipresente sección de vientos) y carecía del ataque rudimentario y natural que provenía de las guitarras eléctricas y los pianos frenéticos de pioneros del rock and roll como Chuck Berry, Jerry Lee Lewis o Little Richard.
Pero esta nueva ola necesitaba un complemento que consolidara al estilo en estas tierras, y éste llegaría de la mano de una de nuestras más viejas costumbres: el cine. Los estrenos en las pantallas argentinas de las películas "Blackboard jungle", "Rock around the clock" y "Don't knock the rock" (traducidas aquí como "Semilla de maldad", "Al compás del reloj" y "Celos y revuelos al ritmo del rock", respectivamente) tuvieron una repercusión inmediata en la juventud, que se largó a bailar rock and roll en los pasillos del cine, en las plazas, en la calle y hasta a los pies del Obelisco de Buenos Aires.


Gracias a la difusión de los éxitos del momento a través de radios (reina absoluta del aire) como Spendid, Libertad, Mitre y Excelsior, y la acelerada venta de álbums y simples en las disquerías, aquella novedosa música empezó a ganar cada vez más adeptos en miles de jóvenes que sentían por primera vez el gusto dulce de la rebedía y la emancipación total del alma y el cuerpo.
Para 1957, Eddie Pequenino con su banda Mr. Roll y sus Rockers (con un chiquilín Lalo Shifrin como pianista y arreglista) publican su primer álbum y son encendidos protagonistas del film 'Venga a bailar el rock'. La película, debut y despedida del director Carlos Marcos Stevani y con la presencia estelar de Eber y Nélida Lobato, Pedrito Rico, Alfredo Barbieri y Amelita Vargas, se centra en la historia de dos hombres que compiten por el amor de una mujer y que al mismo tiempo deben convocar artistas para un festival, donde el rock and roll es rey. Y para ese momento, meses antes de la llegada al Teatro Metropolitan de Bill Halley and his Comets en una bizarra gira sudamericana que también paso por Brasil, ese ritmo cautivante y sudoroso alcanzaba la categoría de género popular en Argentina.


Así, el 19 de diciembre de 1955, se grababa en el sello Odeón una versión de "Rock around the clock", el clásico de Halley, bajo el nombre de "Bailando el rock". Si bien el tema pertenecía a la orquesta del trompetista Tulio Gallo y solo tenía algunas apoyaturas corales, se destacaba la voz de una jovencísima Estela Raval, parte del conjunto vocal Los Cuatro Bemoles. El simple saldría a la venta el 2 de abril de 1956 con una tirada de 900 ejemplares que se acabaron rápidamente y que le allanó el camino a un próximo single de Odeón de la misma canción pero con una nueva intérprete.
Una muestra clara de la locura generalizada (y del primer perfume de multitudes que se proyectaría de manera exponencial a finales de los sesenta y principios de los setentas con festivales como Pinap y B.A. Rock) tuvo lugar en febrero de ese año con la realización del primer concurso de baile de rock and roll en el Luna Park. Un evento auspiciado por Cinzano que se promocionaba como "el espectáculo del siglo" y prometía "100 artistas en escena" con las orquestas en vivo de Lalo Shifrin, Eddie Pequenino, Mrs. Roll y sus Rockers (?), Armony Club y Los Frenéticos del Ritmo. Así, durante distintos viernes, sábados y domingos de ese mes, la ciudad asombrada fue testigo de la "locura universal generada por el rock and roll" (según la crónica de los noticieros televisivos de la época), que llevó a que cientos de parejas se acercaran al recinto de la calle Madero a tirar pasos y contagiarse "en vivo" de la fiebre del beat.
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Y, justamente, la llegada del nuevo fenómeno musical y el suceso de Mr. Roll y sus Rockers, llamó la atención de la industria discográfica argentina, especialmente del sello Odeón, cuyos ejecutivos vieron en adolescentes y jóvenes un campo fértil para un nuevo mercado que se abría como una flor para ser comercializado con bandas y solistas que, con el poder de la televisión, se transformarían en las primeras estrellas del rock and roll criollo. Ellos se encargarían de cerrar una década turbulenta que se inició con el peronismo, atravesó dos gobiernos militares y finalizó con la presidencia de Arturo Frondizi, quien sería expulsado del poder nuevamente por una dictadura en 1962 y encarcelado de forma temporal en la Isla Martín García.
La nueva década vería al rock and roll apagarse (y al mismo tiempo dejar su llama encendida para siempre) y chocar las manos por un rato con el twist, una tendencia liviana de carácter bailable que tendría dos años de gloria en todo el mundo (de 1959 a 1961) y que sería afortunadamente ajusticiada por el soul enérgico y fresco de Motown, con figuras como Smokey Robinson, Maby Wells, The Marvelettes, The Miracles y The Supremes, con una jovencísima Diana Ross.


Mientras tanto, en Argentina, un pibe flaquito de ojos claros y jopo engominado grabaría en 1961 un simple que agrupaba dos canciones que serían éxitos inmediatos: "Vuelve primavera" y "Rock del tom tom". La primera era una versión poptimista del alegre hit de los mexicanos de Blue Cats (hecha a medida del inminente Club del Clan), mientras que la segunda sería un rockabilly guitarrero que se convertiría en el primer hito discográfico argentino de rock and roll con impronta de autor. El flaquito se llamaba Johnny Tedesco y ambas creaciones no solo lo llevarían de gira por los Estados Unidos, sino que lo posicionaban como el artista nacional más cercano al arquetipo del rocker norteamericano con su look pendenciero, su tono desafiante y su música vibrante. Pero eso ya es otra historia.


